viernes, 11 de marzo de 2011

Érase una vez... I

Érase una vez...
...una naranja que vivía en lo alto de un naranjo. La pobre, no tenía nombre. Era, simple y llanamente, una naranja. Y además, era una naranja feliz.
Había nacido en una de las mejores zonas del árbol. Recibía todos los nutrientes que necesitaba para crecer fuerte y sana. Era una de las mejores naranjas de todo el árbol, e incluso de 10 hectáreas a la redonda. Y a la cuadrada.
Tuvo una infancia un poco verde, todo hay que decirlo. Pero todas las naranjas la tienen.
Nuestra naranja protagonista sin nombre creció y creció, en tamaño y en color. Pronto se convirtió en una naranja de color naranja, y redundó, por redundante. Sin embargo, era fuerte, estaba sana, y tenía muy buenas vistas. Algunas de sus vecinas de los pisos bajos la envidiaban, y en ocasiones se metían con ella por el simple hecho de que le tenían envidia. Y es que resulta que nuestra naranja tenía un don especial: el don de cantar.
Siempre, cuando salía el sol, la naranja entonaba una bonita canción que improvisaba. Por eso, una naranja del árbol de al lado se enamoró de ella. Pero era un amor imposible, a pesar de lo bonita que era su voz, ya que vivían en árboles distintos. Nuestra naranja, desde lo alto de su rama, se fijó en la naranja que le piropeaba desde el árbol de al lado.
Era, a su parecer, una naranja hermosa, probablemente sabrosa, deliciosamente naranja. Su rugosa piel brillaba de una forma especial con el rocío y de la mañana. Así que, una mañana, le dedicó una canción.
¡Oh, hermosa naranja de piel naranja,
que desde ese árbol me miras!
Este canto yo te canto,
aunque nos separe una franja.
Si pudiera volar, correr, saltar o fregar,
si pudiera contigo en ese árbol estar,
te cantaría día y noche, y mediodía,
y a la hora de la merienda, a todas horas,
porque eres más naranja que ninguna,
pues tú eres una naranja sola...
Y yo soy otra más,
una que sabe cantar,
una que puede gritar al sol
y decirle que es menos redondo...
que tú...
La naranja, en el otro árbol, la que se había enamorado de nuestra naranja sin nombre, (que tampoco tenía nombre, porque las naranjas, evidentemente, no tienen nombres, ya que no hay tantos nombres como naranjas, y repetir tantos nombres sería una tontería porque, total, las naranjas son para comer y no para llamarlas), esa otra naranja, se quedó maravillada.
Y colorín, colorado, esta maravillosa historia se ha acabado.

2 comentarios:

  1. Jajajajajaja dios me ha encantado!!!
    Estás hecho un poeta xDD
    Me ha gustado la naranja sin nombre cantarina xD
    Por cierto, donde puedo leer la historia del árbol Pepe? xDD

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  2. La historia de PEPE la subiré mañana al blog. ¡Estad atentos!

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