Mostrando entradas con la etiqueta érase una vez.... Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta érase una vez.... Mostrar todas las entradas

sábado, 26 de noviembre de 2011

Érase una vez... X

Érase una vez un vector que no tenía forma cuadrática en ese subespacio vectorial. Vivía escondido entre las brumas de los números complejos, temeroso de ser descubierto por la policía matricial. Sin embargo, no conocía el amor.
Una bonita mañana de octubre, el vector se sorprendió a sí mismo saliendo se su escondite. Su instinto le había hecho dirigirse a la Gran Montaña de las Derivadas, en lo alto de la cual vivía el Oráculo conocido como la Madre Determinante. Casi sin darse cuenta, había escalado toda la montaña y se situaba ante la puerta del Gran Templo. Entró y se dirigió al Oráculo.
-¡Oh, Madre Determinante! ¡Otórgame lo que deseo!
-¿Qué deseas, pequeño vector?
El vector se lo pensó durante unos instantes. ¿Qué deseaba? Quería conocer un escalar con el que compartir su vida y multiplicarse.
-Deseo encontrar un escalar con el que formar una familia de vectores.
-Tu deseo será concedido, pero para ello antes tendrás que luchar contra una forma cuadrática para demostrar tu valor.
Entonces, tuvo lugar el combate. El vector estaba perdiendo, y casi antes de desfallecer, consiguió hacer acopio de fuerzas y vencer a la forma cuadrática. Había ganado.
Pronto conocería a su escalar asociado.
-Enhorabuena, vector -dijo la Madre Determinante-. Has logrado cumplir con tu parte del trato; ahora yo cumpliré la mía.
De pronto, como por arte de magia, una bellísima escalar femenina apareció a su lado. El vector se enamoró al instante. La Madre Determinante habló de nuevo:
-Esta es Lucía, el premio a tu valor. A partir de ahora vivirá contigo y formaréis juntos una familia de vectores. Pero antes tenéis que comprobar si vuestras multiplicidades algebráica y geométrica son compatibles. Para ello, tenéis que multiplicaros.
Y se multiplicaron. El resultado fueron unos monísimos autovectores ortogonales. Eso solo significaba una cosa: eran linealmente independientes, y por lo tanto, compatibles.
Vivieron felices para siempre.
FIN

martes, 22 de noviembre de 2011

Érase una vez... IX

Érase una vez... una hormiga que sentía un hormigueo en una de sus patas medias. Las patas traseras y las delanteras estaban adornadas con unos bonitos zapatos rojos. Las patas medias estaban abrigadas con unas preciosas medias, que eran de tamaño medio. Porr, que así se llamaba la hormiga, tenía unas larguísimas antenas rizadas, de un rojo brillante en la oscuridad, que le daban la posibilidad de ver cuando el sol se había ocultado y en los oscuros pasadizos del hormiguero.
Y resultó que un día, un frío y oscuro trece de diciembre, la hormiga Reina llamó a todas las hormigas del hormiguero a la asamblea. Había ocurrido una tragedia: una de las paredes de la sala en la que dormían todas las hormigas bebé se había derrumbado por causa de la lluvia. Las pequeñas hormigas estaban atrapadas bajo la tierra. La Madre, que era la hormiga Reina, pidió voluntarios para buscar supervivientes. Porr decidió unirse al grupo de salvamento. Trabajaron durante horas hasta salvar a todas.
Porr salvó a 36 hormigas recién nacidas gracias a sus antenas rizadas. Fue galardonado con una medalla de Salvador.
FIN

sábado, 12 de noviembre de 2011

Érase una vez... VIII

Éranse dos veces muy distintas la una de la otra.
Una se llamaba Eufrasia, y vivía entre las brumas del pasado, escondiéndose de las ideas que revoloteaban en la línea del tiempo. Las ideas eran malas, y le traían malos recuerdos de tiempos que nunca volverían y que eran tan fugaces como ella. Sin embargo, nunca se olvidaría de aquella vez de la que se enamoró.
La otra vez se llamaba Anastasio, y vivía elevado sobre las mágicas y agradables nubes del futuro. Soñaba con días en los que ser, pues nunca había sido, y toda vez desea por encima de todo formar parte de la frase "Érase una vez". Sin embargo, algo le hacía pensar que en algún momento conocería a una vez por la que sentiría algo más que amistad.
Y resultó que, en la bonita fecha del 11 de noviembre del año 2011, a las 11 horas de la mañana, y 11 minutos, Eufrasia vivió su momento. Al mismo tiempo, Anastasio tuvo lugar. La unión del pasado y el futuro tuvo un producto mágico, inevitable en el mundo real, un producto formado por ambos que se llamó presente.
En el presente, que duró tan solo un instante, Eufrasia y Anastasio tuvieron una intimidad infinita, semejante a lo que los humanos llaman amor. Y, en ese momento, ocurrió algo impensable. Eufrasia y Anastasio, unidos el uno al otro formaron una sola vez. Una vez que era. Érase una vez. Érase una vez un cuento que hablaba sobre veces. Se llamaba Andrea. No era un cuento feliz. No había encontrado su cuenta. Nunca le salían las cuentas. 
Un día, el cuento fue contado, un, dos, tres, cuatro, y encontró a su cuenta, que se llamaba Andrea. Fue un capricho del destino que las dos Andreas empezaran a contar al mismo tiempo, cada una en su idioma, él contando un cuento sobre veces, ella contando las veces que contaba el cuento. De ellos surgieron dos veces. Éranse dos veces... (sube al principio y continúa la historia).

martes, 8 de noviembre de 2011

Érase una vez... VII


Érase una vez un chico enamorado de una chica de su clase.
Desde el primer día que la vio, sintió como si un millar de mariposas alzaban el vuelo en su estómago ¿Qué era eso que le ocurría cada vez que la veía? Él no lo sabía, pero sí: era amor.
Pasaban los días y él en clase no atendía a las explicaciones de los profesores, pues no podía quitar los ojos de la chica que ya empezaba a robarle el corazón.
Un día, en un acopio de valor, decidió hablar con ella.
-Ehh... Perdona, ¿cómo te llamas?- le preguntó.
-Broke -respondió ella con un gesto interrogativo-. ¿Por qué?
Entonces, el chico le respondió:
-Porque te he escrito un poema, y quiero regalártelo dedicado.
Cogió un boli y, en un papel que tenía escondido, escribió: "Para Broke, con mucho cariño" y, después, su firma.
-Toma. Es para ti, Broke -dijo con una agradable sonrisa.
Broke tomó el papel entre sus delicadas manos y leyó:

Esta mañana he decidido escribirte esta poesía,
y aunque no sepas quién soy,
pienso en ti todo el día.

Ella alzó la mirada del papel para preguntarle a aquel chaval por qué le había escrito ese poema. Pero él ya se había marchado. Extrañada, guardó el poema en su bolso y se fue a casa.
Al día siguiente, se dijo, averiguaría quién era ese muchacho y por qué le había entregado el poema.
Pero resultó que al día siguiente, el chico no apareció por clase.
Durante toda la semana siguiente, Broke buscó al chico de la poesía, pero seguía sin aparecer.
Qué cosa más rara, se decía.
Joee, se decía.
Así que decidió contárselo a una amiga suya.
Su amiga se llamaba Vanessa. Era una muchacha algo rara, pues en su habitación tenía una jaula con 3 periquitos y un loro, un acuario con tiburones en miniatura y una serpiente y un camaleón. Sin embargo, era la mejor amiga de Broke desde que tenían 6 años.
Al salir de clase, Broke acompañó a Vanessa a comprarse un gato. Por el camino a la tienda de animales, le contó lo del chico que le había regalado la poesía.
-Sí que es raro -dijo Vanessa-. ¿Y no ha venido a clase en toda la semana?
-No. No sé qué habrá podido pasarle -respondió Broke.
-¿Y estás segura de que ese tío existe y de verdad te ha dado ese poema? ¿No puede ser que lo hayas soñado?
Broke miró incrédula a su amiga.
-Claro que estoy segura, tonta. Espera -dijo mientras hurgaba en su bolso-. Voy a enseñarte el poema.
-No puede ser -dijo Broke.
-¿Qué pasa? -preguntó Vanessa.
-¡No encuentro el poema!
Empezó a sacar cosas del bolso como una loca mientras buscaba en el interior. Una cámara de fotos, un libro de bolsillo, unas gafas de sol, unas compresas, una cajeta de cigarrillos, un boli, una calculadora, unos clinex... Sacó muchas cosas, pero el poema no estaba entre ellas.
-¡No puede ser! -volvió a gritar Broke, histérica-. ¡Tiene que estar aquí!
-¿Estás segura de que lo metiste en el bolso? -preguntó Vanessa.
-Sí...
-¿No te lo habrás dejado en casa?
-No, no lo saqué del bolso por si lo veía mi madre. No quería que lo viera, por eso no lo saqué del bolso.
¿Dónde estaría el poema?
¿Qué había sido de aquel misterioso chico?
Broke y Vanessa no lo sabían.
Llegaron a la tienda de animales y...
¡SORPRESA!
¿Adivinas quién estaba allí?
(El xico)
(¡No!)
¡El profesor de biología!
-Hola, chicas. ¿Qué hacéis por aquí?
-Hola, profesor Chifladez. Vengo a comprar un gato -dijo Vanessa.
-Eso me parece estupendo -dijo Chifladez-. Por cierto -dijo dirigiéndose a Broke-, ¿es posible que se te cayera un papel del bolso la semana pasada?
Broke no podía creérselo.
-Sí... Es posible -le daba mucha vergüenza que el profe supiera que había recibido un poema de un chico.
El profesor sacó un papel del bolsillo de su chaqueta y se lo dio.
-¿Puede ser este?
Broke cogió el papel y se sonrojó.
-Sí, sí, es este. Muchas gracias, profesor Chifladez.
-De nada. Y ten mas cuidado. No vayas perdiendo notitas de amor por todo el instituto o la gente empezará a sospechar cosas que supongo que no quieres que se sepan.
-Sí... Tendré más cuidado -dijo súpersonrojada.
-Bueno, yo me voy, chicas, que tengo muchos exámenes que corregir. ¡Hasta luego!
El profe se fue.
Vanessa se compró un gato naranja al que llamó Garfield.
Pero Broke solo pensaba en el chico que le había regalado la poesía. ¡Ni siquiera recordaba su cara! ¿Estaría bueno?
Al día siguiente, el chico apareció.
Durante las clases, tanto él como Broke compartían miraditas que cualquiera podría pensar que eran sospechosas. A la hora del recreo, Broke se acercó a él.
-Hola... -le dijo-. Gracias por la poesía. Era muy bonita. -Se detuvo un instante-. Me preguntaste cómo me llamaba. ¿Cómo te llamas tú?
-Aitor -respondió con una sonrisa.
-Oh, ¡qué nombre tan bonito! -dijo Broke.
-Gracias -dijo él-. A mí también me parece bonito el tuyo.
Broke sonrió.
Aitor sonrió.
Se miraron a los ojos.
Es guapo, muy guapo, pensaba ella.
Broke abrió la boca para decir algo y Aitor lo hizo al mismo tiempo. Se rieron.
-Tú primero -dijo ella.
-No, tú -respondió Aitor con una sonrisa-. Las damas primero.
-Vale... -dijo ella sonrojándose-. Solo quería decirte... si te parece bien quedar esta tarde... a tomar una Coca-Cola o algo.
Aitor sonrió.
-Qué casualidad, yo iba a decirte lo mismo.
-Entonces... ¿Te parece bien?
-Claro. ¿A las cinco y media en el centro comercial de aquí al lado?
Ella estaba que no se lo creía.
-Sí, me parece perfecto -dijo.
Y quedaron.
Y fue el comienzo de una bonita amistad. O quizá algo más.

FIN

sábado, 22 de octubre de 2011

Érase una vez... VI

Érase una vez...
...un guisante azul que no tenía amigos. El pobre, al ser azul, era marginado por todos sus compañeros de vaina. Pero eso no duraría para siempre. Un día saldría de la vaina y podría irse por fin y no tener que soportar los ninguneos de sus compañeros. Los días pasaban y pasaban y Guisanto, que así se llamaba el guisante azul, esperaba ansioso el día en el que poder salir de ahí.
A finales de un mes cualquiera, llegó el ansiado día. Guisanto se escabulló como un pez entre las manos o como una pastilla de jabón (entre las manos también) y huyó lejos, donde sus compañeros no pudieran hacerle más el vacío.
Guisanto estaba solo; pero prefería estarlo literalmente a sentirse solo entre los demás guisantes. Le gustaba viajar y la soledad no era un problema.
Un día, mientras rodaba por un parque, un niño humano jugaba a las canicas.
-¡Chisst! -escuchó Guisanto.
Miró a todos lados sin saber de dónde procedía ese chistido.
-Aquí abajo... -escuchó al lado del niño-. Ayudadme a salir de aquí, por favor.
Se trataba de una canica. Era preciosamente bella, la canica más hermosa que Guisanto había visto jamás. Era la única que había visto, en realidad; pero eso no quitaba que fuera realmente bonita.
Sí, amigos, Guisanto se había enamorado.
Con esmero y pericia, ayudó a la canica a huir de aquel niño que se dedicaba a golpearla contra otras de su especie.
-¿Cómo os llamáis, joven guisante?
-Mi nombre es Guisanto. ¿Cómo os llamáis vos, bella canica?
-Caniquilla. Y permitidme que os agradezca que me hayáis salvado la vida.
Y le besó.
Se conocieron y vivieron felices para siempre, porque, con el amor, todo es posible.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Érase una vez... V

Érase una vez...
una rana a la que le encantaba el invierno. Y te preguntarás: ¿por qué le iba a encantar el invierno a una rana? Pues bien, a esta rana le gustaba la nieve. Como bien sabes, las ranas son anfibios, es decir, seres con respiración branquial durante la fase larvaria y pulmonar durante la fase adulta (según Wikipedia). Y resulta que la nieve es agua y, al mismo tiempo, es sólida. Y por esto le gustaba tanto a nuestra rana, pues le servía como medio de supervivencia extrema.
Un invierno nevó como nunca. Y la rana salió de su charca, para no volver jamás. Observó cómo a su alrededor todo el suelo se había teñido del blanco de la nieve y comenzó a viajar, sin saber muy bien hacia dónde se dirigían sus ancas. Saltó, brincó, botó, retozó, respingó, rebotó y volvió a saltar y saltar hasta que... sintió que se había perdido.
"¿Dónde estará mi charca?", se preguntaba la rana. "¿Por qué he tenido que salir de ella?"
Pero su tristeza duró poco, pues de pronto se encontró con una gran masa blanca con ojos y hocico, a la que se acercó para preguntar:
-Disculpe, amable caballero, ¿podría usted decirme dónde nos encontramos?
-Desde luego, señorita -respondió el oso polar (que era esa gran masa blanca)-. Estamos en el Polo Norte.
-Ah, muchas gracias. -Calló un momento, pero de pronto continuó-. ¿Y no podría decirme cómo volver a España? Es que me he perdido.
El oso soltó una carcajada.
-¿Para qué quiere una joven dama como usted volver a España? ¡Fíjese lo bonito que es este paraje! ¿No le gustaría quedarse aquí, aunque sea solo por unos días? ¡Yo le enseñaré todo! ¡Seré su guía! Disfrute de su estancia en el Polo Norte, amiga, pues pocos saben hacerlo. ¿O acaso no le gusta la nieve?
-¡Me encanta la nieve! -croó nuestra rana.
-¡Entonces disfrútela! Por cierto, mi nombre es Oso.
-Yo soy Rana y es un placer conocerle.
Y así comenzó una especial y singular amistad.

viernes, 1 de abril de 2011

Érase una vez... IV

Érase una vez...
...muy pequeña. Érase una vecita. Era una vez muy feliz, porque le gustaba ser vez. De vez en cuando, las veces grandes se metían con ella, pero cada vez que lo hacían, ella alzaba la cabeza y se ponía sería para responder: "yo hago que los pequeños cuentos tengan un gran principio", y después se daba la vuelta y se iba.
Resulta que una vez, esta vez conoció a un final feliz. Se llamaba "y vivieron felices y comieron perdices". Al parecer, el destino había hecho que nuestra vez y este final ya hubieran trabajado juntos en otras ocasiones, pero nunca se habían llegado a conocer, pues la vez era muy pequeña y estaba muy alejada del final. Pero, por casualidad, se encontraron en esta historia. Y esta vez, nuestra vez no quiso dejar escapar la oportunidad de hablar con este curioso y bonito final.
-Hola, final -dijo-. Soy Vez, un pequeño principio. ¿Cómo te llamas?
-¡Hola, Vez! -respondió el final-. Me llamo "y vivieron felices y comieron perdices", pero puedes llamarme Perdiz.
-Muy bien, Perdiz. Hemos trabajado juntos, ¿verdad?
-Sí, creo haberte visto en algún cuento, pero tú salías siempre al principio y yo, en cambio, al final.
-Ya... Además, soy una vez muy pequeña. Un principio con solo tres palabras. Pero estoy orgullosa de mi trabajo.
-Tienes una labor muy importante en los cuentos -dijo Perdiz-. Tú das comienzo a las historias. Eres la primera, algo así como... la número 1.
-Jajaja, tonterías. Solo soy una pequeña vez. No soy una número 1. Tú en cambio, eres un final feliz, eres una alegría eterna, eres la gota que colma el vaso. Tú sí que molas.
-No, tú molas más -respondió Perdiz.
-Los dos molamos -dijo entonces Vez-. ¿De acuerdo?
-Está bien, está bien. Creo que tú y yo hacemos buena pareja. Hay buen feeling entre nosotros, ¿no lo crees?
-Bueno -respondió vez-. Tú me pareces muy majo. Y bastante guapo. -Se sonrojó.
Perdiz rió.
-¿Te apetece salir a dar una vuelta o a tomar algo? -dijo.
-¡Me parece estupendo! -exclamó Vez.
Fueron a tomar algo. Tuvieron más citas. Se enamoraron. Se casaron. Y vivieron felices y comieron perdices.

viernes, 25 de marzo de 2011

Érase una vez... III

Érase una vez...
...un perro.
Perry era un perro llorica. Siempre se quejaba por todo. Que si soy más raro que un perro verde, que dónde se ha visto un perro rosa, que si soy un perro hortera y yo no elegí serlo, que a quién se le ocurrió hacer un perro a cuadros con distintas tonalidades de rosa, que si su lengua verde no va a juego... En fin, un perro quejica. Se quejaba incluso de que tenía unos ladridos muy fuertes que ahuyentaban a las perritas cuando se acercaban, y los cachorros le temían.
Pobre Perry, el perro llorica.
Un día, el Grupo Anti Extraterrestres Perrunos, o GAEP, apareció por la perrera en la que le habían encerrado por escándalo público. Querían utilizarlo para salvar la Tierra.
Perry, dispuesto usar sus dotes asustadizas para salvar el planeta, con su piel a cuadros de diferentes rosas y su terrible lengua verde... viajó al espacio.
Allí conoció a una perra de cuadros de otra galaxia. Se enamoró y, por muy misterioso que pareciera, empezó a creer que resultaba que ahí se sentía más cómodo. Tal vez se trataba de que en realidad, Perry era un extraterrestre que había nacido en la Tierra por equivocación. Convenció a los perros raros extraterrestres que no lucharan contra la Tierra y, por fin, salvó el planeta.
Al mismo tiempo, se casó con la perra de la que se había enamorado, y tuvieron perritos de muchos colores. Y colorín, colorado, este colorido cuento se ha acabado.

sábado, 12 de marzo de 2011

Érase una vez... II

Érase una vez...

...un árbol que se situaba en lo más alto de un monte. Era un árbol solitario, de una especie de la que ya no quedaban muchos. Se trataba de una gran masa arbórea cuyo tronco medía 30cm de diámetro. El tronco era de un fuerte color marrón, pero se trataba de un marrón viejo, pues el árbol tenía ya más de 60 años.

De hecho, hoy era el sexagésimo primer cumpleaños de nuestro querido árbol, y lo iba a celebrar por todo lo alto. Había llamado a todos sus amigos para celebrar su cumpleaños de una forma especial.

Había organizado una gran ceremonia. Todos sus amigos acudirían: los pájaros, el búho, la familia de los castores, el señor conejo de Alicia en el país de las maravillas, Harry Potter, Dobby (el elfo doméstico)... ¡incluso Clary, Jace y todos los cazadores de sombras habían afirmado que acudirían!

El árbol, que se llamaba PEPE, había invitado también a otros cuantos personajes famosos, entre ellos a una familia de 101 dálmatas. PEPE había decidido invitar también a Luna y a Ron, pero no habían podido ir porque les había funcionado mal la chimenea intentando viajar con polvos flu.

Sin embargo, la fiesta fue un éxito.

Enormes fuegos artificiales con forma de dragones, una gran SOPA de SAPO para todos y, sobre todo, mucha y buena música. Pepe, que era un árbol con buenos gustos musicales había conseguido que grupos tan buenos como Iron Maiden y Bullet For My Valentine ¡¡¡fueran a dar un concierto en su fiesta!!! Los Maiden tocaron canciones míticas como The Clansman, Hallowed Be Thy Name o Fear of the dark.

Mucha música, mucha fiesta para pasarlo todos bien.

PEPE estaba ahí en medio, viendo cómo todos sus amigos reían, bailaban, volaban, reptaban, bebían, jugaban..., pero... el pobre PEPE estaba triste.

Veía que se estaba haciendo viejo. Cada vez tenía más aros. Y esos aros le hacían sentirse cada vez más viejo. No había día que no contara, uno a uno, esos aritos que le constituían por dentro. Algunas veces, cuando contaba, se olvidaba, y tenía que volver a empezar. Empezaba a perder la memoria. Y eso le ponía triste.

Mientras, veía cómo todos sus amigos se lo pasaban genial.

Dobby, el elfo doméstico, estaba hablando con el señor conejo. Le decía:

-¡QUE GRAN FIESTA!

Pero el señor conejo no dejaba de mirar su reloj y decir:

-En la tienda me han timado, este reloj se atrasa.

Así que se dio la vuelta y se fue corriendo a comprar otro, porque iban a cerrar.

Poco a poco, el efecto del alcohol fue haciendo mella en muchos de ellos. El búho tenía los ojos como platos e intentaba ligar con la lechuza, que estaba casada y tenía hijos. Los pájaros hacían un concurso muy divertido en el que ganaba el que mayor porrazo se diera volando en picado hacia el suelo. Ron, el amigo de Harry, estaba haciendo honor a su nombre bebiéndose una botella de ron y diciendo:

-Me voy a tirar a todas las chicas de la fiesta.

Y entonces apareció por ahí la profesora McGonagall y le replicó:

-¡Deja de fingir, que sé que eres gay!

PEPE estaba atento a todo aquello y tenía unas ganas tremendas de salir corriendo. Pero... no podía. Principalmente, no podía correr se estaba meando muchísimo y casi no podía ni moverse.

Así que PEPE habló, con la voz fuerte de alguien que sabe lo que dice:

-Queridos amigos -hizo una pausa-: os he llamado a esta fiesta porque hoy es un día muy especial para mí. Hace 61 años, en esta misma montaña, nací. Mi madre fue una mujer árbol trabajadora y estaría muy orgullosa de ver hasta donde he llegado. Recuerdo que fui una semilla problemática. En mis primeros años como tallo, aprendí lo dura que puede ser la vida para alguien como yo. Fui creciendo y poco a poco os fui conociendo. Algunos (dijo mirando a Blancanieves) os dedicasteis a esconderos de malvadas madrastras y brujas que querían arrebataros el reino. Detrás de mi tronco os cobijabais sin apenas conocerme.

>>Otros (miró a Dobby) os dedicasteis a mear en mi tronco como si yo no fuera un ser vivo. Pero, sin embargo, os quiero a todos y por eso os he traído aquí. Para que presenciéis algo único. No voy a hacer como Bilbo Bolsón, que desapareció ante sus amigos en Bolsón Cerrado el día que cumplía 111 años. Sería un poco raro desaparecer de repente. Imaginaos esta montaña sin mí, aquí arriba, gobernándola. Así que yo no voy a hacer eso. Voy a... hacer otra fiesta en unos días. Pero no será una fiesta como esta. Porque esta fiesta tiene fuegos artificiales y SOPA de SAPO, pero la fiesta que haré dentro de unos días tendrá Drag Queens y gogos bailando, champán y muchas drogas. Y además, voy a quitarme esta copa de hojas a lo afro que tengo y me voy a peinar como Lady Gaga. Y, para que lo sepáis, queridos amigos y amigas, aunque me llame PEPE, soy un árbol ¡HEMBRA! Sin embargo, soy una especie de árbol tan especial, que me da igual que seáis machos o hembras, porque yo me reproduzco por esporas.

Un silencio se formó entre el público.

Alguien había dicho algo que les había hecho callar a todos.

Había sido Harry Potter, que había dicho que su varita estaba hecha con la madera del hermano de PEPE.

Silencio. Y después, todas las miradas hacia Potter. Con la primera sílaba como un escupitajo.

Y luego, Harry, mirando hacia los lados, ruborizado.

Pepe miró a Harry. Todos miraron a Harry.

(Hurry up, hurry up, dijo el señor conejo agitando su reloj).

Y Harry, que no sabía qué hacer, se puso a saltar.

El búho hizo un sonido extraño, a lo búho.

Los castores empezaron a morderse las uñas.

Un hada madrina que pasaba por ahí en helicóptero dijo al chofer que diera la vuelta. El chofer era un topo y, al intentar girar, viró hacia el suelo. El helicóptero se estrelló contra el suelo formando una gran explosión. ero la hadita había caído, gracias a Dios, en la marmita de la SOPA de SAPO y se convirtió en OBELIX.

Entonces, un sapo gritó:

-¡Coño! ¡Con lo guapa que era, ahora es un gordo enorme!

Y él/ella dijo:

-Ya, soy un gordo enorme, ¡pero este vestido me queda divino de la muerte!

Croac, se oyó de fondo.

-¡Cuidado! -gritaron muchos.

-¡¡¡Correeeeed!!! -más y más gritos.

Animales corriendo.

Gente corriendo.

Pájaros corriendo.

Búho ojiplático corriendo.

Todos se fueron, pero PEPE no podía correr.

Y entonces... alguien se quedo con él, para que no muriera solo.

Era Dobby, el elfo, que se estaba meando.

La gran explosión del helicóptero había provocado un pequeño incendio que se iba alimentando poco a poco de toda la naturaleza que había a su alrededor. Pronto se acercaría a PEPE y acabaría con ella.

Porque, recordemos, PEPE era una hembra.

Las llamas se acercaban. PEPE no sabía qué hacer. Su vida estaba en las manos de Dios.

O de Dobby.

Cuando las llamas se acercaron lo suficiente, a Dios, digo... a Dobby, se le ocurrió la solución:

Orinó sobre el fuego, y éste desapareció.

PEPE se había salvado.

De repente, volvieron todos los que habían huido, pero PEPE se dio cuenta de que su único amigo era Dobby, así que echo a todos los demás de su montaña y todos los que antes habían huido, agacharon la cabeza avergonzados y dieron media vuelta, reprendiéndose por su cobardía.

Así que PEPE y Dobby se quedaron a solas.

Dobby miró a PEPE.

PEPE miró a Dobby.

Ella fue la primera en hablar, mirando a Dobby con ojos fulgurantes:

-Siempre me has gustado –dijo.

Entonces, Dobby, sonrojado, admitió que si siempre iba a mear al tronco de PEPE, era por tener una excusa para acercarse a ella, porque siempre había sabido que era una hembra. Así que los dos se besaron.

El sabor del tronco dulce, parecido al sabor del regaliz.

Y hablando de regalices, vivieron felices, y comieron regalices, a pesar de que PEPE no podía correr por culpa de tener raíces.

FIN

Con la colaboración de @chaantii94 y @polilla_.

viernes, 11 de marzo de 2011

Érase una vez... I

Érase una vez...
...una naranja que vivía en lo alto de un naranjo. La pobre, no tenía nombre. Era, simple y llanamente, una naranja. Y además, era una naranja feliz.
Había nacido en una de las mejores zonas del árbol. Recibía todos los nutrientes que necesitaba para crecer fuerte y sana. Era una de las mejores naranjas de todo el árbol, e incluso de 10 hectáreas a la redonda. Y a la cuadrada.
Tuvo una infancia un poco verde, todo hay que decirlo. Pero todas las naranjas la tienen.
Nuestra naranja protagonista sin nombre creció y creció, en tamaño y en color. Pronto se convirtió en una naranja de color naranja, y redundó, por redundante. Sin embargo, era fuerte, estaba sana, y tenía muy buenas vistas. Algunas de sus vecinas de los pisos bajos la envidiaban, y en ocasiones se metían con ella por el simple hecho de que le tenían envidia. Y es que resulta que nuestra naranja tenía un don especial: el don de cantar.
Siempre, cuando salía el sol, la naranja entonaba una bonita canción que improvisaba. Por eso, una naranja del árbol de al lado se enamoró de ella. Pero era un amor imposible, a pesar de lo bonita que era su voz, ya que vivían en árboles distintos. Nuestra naranja, desde lo alto de su rama, se fijó en la naranja que le piropeaba desde el árbol de al lado.
Era, a su parecer, una naranja hermosa, probablemente sabrosa, deliciosamente naranja. Su rugosa piel brillaba de una forma especial con el rocío y de la mañana. Así que, una mañana, le dedicó una canción.
¡Oh, hermosa naranja de piel naranja,
que desde ese árbol me miras!
Este canto yo te canto,
aunque nos separe una franja.
Si pudiera volar, correr, saltar o fregar,
si pudiera contigo en ese árbol estar,
te cantaría día y noche, y mediodía,
y a la hora de la merienda, a todas horas,
porque eres más naranja que ninguna,
pues tú eres una naranja sola...
Y yo soy otra más,
una que sabe cantar,
una que puede gritar al sol
y decirle que es menos redondo...
que tú...
La naranja, en el otro árbol, la que se había enamorado de nuestra naranja sin nombre, (que tampoco tenía nombre, porque las naranjas, evidentemente, no tienen nombres, ya que no hay tantos nombres como naranjas, y repetir tantos nombres sería una tontería porque, total, las naranjas son para comer y no para llamarlas), esa otra naranja, se quedó maravillada.
Y colorín, colorado, esta maravillosa historia se ha acabado.